Un 15% de mi paso por la carrera de Letras Hispánicas consistió en justificar qué hacía ahí, para qué. Mientras yo estaba muy ocupado entendiendo hipérbatos de Gorostiza, poniendo cara de pendejo cuando me preguntaban si ya había leído a Yohanna Jaramillo porque no sabía quién era (¿cómo no sabes, le acaban de publicar su plaqueta en Tierra Adentro, pues qué lees, sigues con tus cosas medievales?) o callándome porque siempre he confundido los apellidos de Gadamer y de Ingarden y nunca sé a cuál quiero citar, a mucha gente nada de eso le importaba porque tenían un lapidario "y para qué" ante mi profesión. Al principio no sabía bien qué contestar, nadie pone en duda la utilidad de un ingeniero, pero yo qué iba a decir. En ocasiones contestaba cosas como "pues es necesario alimentar el alma de todos y el arte es el alimento del alma" y sentía que me transportaba cuatrocientos años atrás a los tiempos en que todos tenían un alma hambrienta. Hasta hace unos meses e...
Me he dado cuenta de que soy un tipo muy apacible, o eso creo. Por eso creo un personaje iracundo que escribe desde la bilis. Cosas quesque serias para no ser tomadas en serio.