Hace un par de años descubrí la melatonina. Era porque estaba en un momento muy desgastante de mi vida en el que tenía que leer durante todo el día, pero también tenía que dormir al menos ocho horas para poder leer todo el día. Nunca he sido bueno para el café, siempre me causa insomnios terribles. Si tomaba café en la mañana para leer todo el día, necesitaba tomar algo que me mandara a dormir. Entonces descubrí la melatonina. Ya una amiga mía la tomaba para curar sus problemas. Otra me dijo que a ella nada la había logrado hacer dormir, que drogas muy fuertes no le ayudaban para su insomnio. Le conté que, además de que tenía que leer mucho, a mí me pasaba que me daba nervio no quedarme dormido por lo que me desvelaba para entonces dormir con más ganas. Ella me dijo que ése es un tipo de insomnio. "Tómate una de 3 mg, es una hormona que producimos naturalmente, no te va a hacer nada malo".
La melatonina puede ocasionar sueños muy vívidos y raros. Sin más, ayer soñé que estábamos en el parque en una suerte de acto artístico donde mi hermano repartía poemas a la vez que un sujeto de cabellera muy larga se arrancaba el pelo y lo colgaba de los árboles. No quiero aburrir a nadie con mis sueños, aunque ya nadie sigue este blog lo que me parece liberador. Tengo un post en el borrador desde hace dos años, cuando mi vida era muy distinta. Ahí tengo una cita de un libro de alguien que luego cita Zizek. Dice que la carta escrita pero no enviada quizá cumpla mejor que ninguna otra carta su función: hemos materializado el pensamiento en lenguaje y lo hemos dejado ir hacia el gran Otro, ese para el que nos reímos cuando estamos solos. Aquí está mi risa.
Mi papá estaba en el sueño. Mi papá decía en el sueño que nos iba a decir algunas cosas, que quería que le prestáramos atención. Yo era grosero en el sueño con mi papá. Le decía, "ahí vas, que nadie mire su celular, Mateo Vázquez va a hablar". Y empezaba a decir su discurso. Yo tenía mi celular en la mano, vibraba, lo veía, me estaba llamando mi papá. No era posible, estaba al lado mío diciendo su discurso. Era imposible. Y sí, imposible. Mi cerebro se dio cuenta de esto y me desperté. Es imposible porque no tiene sentido en el sueño, era imposible porque mi papá murió en abril. Desperté con esa certeza en la mañana. Mi papá está muerto.
He seguido mi día con normalidad, con relativa normalidad. No es la primera vez que sueño algo incoherente que incluye a mi papá. Me acompaña siempre, de maneras que quizá son demasiado cotidianas, tan cotidianas como el recuerdo del hartazgo que a veces me causaba, como todos le podemos causar hartazgo a quien sea sin que eso signifique que nos odie.
Hoy caminaba bajo la lluvia con una chamarra de piel negra que él me regaló. La historia de esa chamarra es larga. Empieza con otra chamarra de piel que mis padres me regalaron en navidad hace unos buenos 10 años más o menos. Era muy caliente y luego engordé y no me quedaba bien. Luego me vine a Canadá y me la traje. Aquí sí la pude usar, incluso encima de una sudadera porque aquí vaya que hace frío. Me encantaba esa chamarra, la usé tanto que se rompió la piel de varios lados. Entonces para la siguiente Navidad les pedí a mis papás que me compraran una chamarra similar. Todavía tengo las fotos de mi papá probándose varias chamarras de piel para ver si alguna me gustaba. Pero "al nene" no le gustaba ninguna. Quería una como la que ya tenía. De hecho, quería tanto una chamarra como esa que la había dejado en mi última visita a México para que la tuvieran como referencia.
Después de un tiempo dejamos de hablar del tema de la chamarra. Comprendí que había sido demasiado quisquilloso y que probablemente mis padres habían decidido no comprarme ninguna chamarra, darme unos billetes y desearme buena suerte.
Llegó la Navidad y mi papá me dio dos chamarras. Primero me dio mi chamarra vieja, pero esa chamarra ya no tenía partes rotas. La llevó con un peletero para arreglarla. Charly se llama, él le hizo ese chaleco de piel negra que portó en sus último años y que a mí secretamente nunca me gustó. Charly arregló mi chamarra y francamente hizo un muy buen trabajo. Pero mi papá no se detuvo ahí, me dió la segunda chamarra. Era una réplica de la otra. Le dijo a Charly, "mira, a mi hijo le gusta mucho esta chamarra y quiere una igual, no encuentro ninguna así que te voy a pedir que la hagas tú". Así aprendimos mi papá y yo que me gustan las chamarras "biker" como le explicó Charly.
La segunda chamarra es absolutamente superior a la original. La calidad de la piel no tiene comparación, me queda mejor, es más cómoda y además tiene de fondo toda esta historia.
Eso es lo que yo creo pa, nadie nunca va a entender. No van a entender que hayas sido tan bueno conmigo, tan buen padre. No van a entender que esto que parece un gran gesto, o uno pequeño, o uno mediano, no importa, era algo normal. Siempre hiciste lo que tenías que hacer para complacernos a mi mamá y a mí, mientras que siempre me decías que no me preocupara por lo que te iba a regalar en Navidad, que con que estuviera ahí era suficiente.
Siempre te referías a la gente demasiado fácil de ofender como alguien que tiene la piel finita, delgada pues. Hoy me desperté con la certeza de tu muerte, seguí mi día y cociné unos chilaquiles con el epazote que tú me diste, con la última salsita verde de cuadrito que me guardaste para que me trajera en enero. Te hubieran gustado, creo, en verdad siempre te gustaron más los rojos pero te los hubieras comido igual. La gente que me acompaña se sorprende de que no me haya destruido tu ausencia. Ahora mismo tengo lágrimas en los ojos, pero se van a secar porque tengo el recuerdo de ti diciéndome que tu prioridad cuando nací era hacer de mí un niño feliz y, carajo, no éramos ricos pero tuve una infancia sumamente privilegiada. No hay piel finita en esta chamarra, lo sé porque no es súper bueno que a las chamarras de piel les llueva encima, pero si la vieras, está intacta. Me diste esta piel, me sentí cómodo en ella y te pedí más, y como pudiste, remendaste las rupturas y me diste una nueva, una mejor. No es que sea una persona que no tiene la piel finita porque sea fuerte o mejor o muy hombre, sino porque en mis recuerdos, en tu cariño y en esa chamarra de piel gruesa que me protegía de la lluvía, llevo un abrazo sin fin, uno que me estás dando infinitamente.
La melatonina puede ocasionar sueños muy vívidos y raros. Sin más, ayer soñé que estábamos en el parque en una suerte de acto artístico donde mi hermano repartía poemas a la vez que un sujeto de cabellera muy larga se arrancaba el pelo y lo colgaba de los árboles. No quiero aburrir a nadie con mis sueños, aunque ya nadie sigue este blog lo que me parece liberador. Tengo un post en el borrador desde hace dos años, cuando mi vida era muy distinta. Ahí tengo una cita de un libro de alguien que luego cita Zizek. Dice que la carta escrita pero no enviada quizá cumpla mejor que ninguna otra carta su función: hemos materializado el pensamiento en lenguaje y lo hemos dejado ir hacia el gran Otro, ese para el que nos reímos cuando estamos solos. Aquí está mi risa.
Mi papá estaba en el sueño. Mi papá decía en el sueño que nos iba a decir algunas cosas, que quería que le prestáramos atención. Yo era grosero en el sueño con mi papá. Le decía, "ahí vas, que nadie mire su celular, Mateo Vázquez va a hablar". Y empezaba a decir su discurso. Yo tenía mi celular en la mano, vibraba, lo veía, me estaba llamando mi papá. No era posible, estaba al lado mío diciendo su discurso. Era imposible. Y sí, imposible. Mi cerebro se dio cuenta de esto y me desperté. Es imposible porque no tiene sentido en el sueño, era imposible porque mi papá murió en abril. Desperté con esa certeza en la mañana. Mi papá está muerto.
He seguido mi día con normalidad, con relativa normalidad. No es la primera vez que sueño algo incoherente que incluye a mi papá. Me acompaña siempre, de maneras que quizá son demasiado cotidianas, tan cotidianas como el recuerdo del hartazgo que a veces me causaba, como todos le podemos causar hartazgo a quien sea sin que eso signifique que nos odie.
Hoy caminaba bajo la lluvia con una chamarra de piel negra que él me regaló. La historia de esa chamarra es larga. Empieza con otra chamarra de piel que mis padres me regalaron en navidad hace unos buenos 10 años más o menos. Era muy caliente y luego engordé y no me quedaba bien. Luego me vine a Canadá y me la traje. Aquí sí la pude usar, incluso encima de una sudadera porque aquí vaya que hace frío. Me encantaba esa chamarra, la usé tanto que se rompió la piel de varios lados. Entonces para la siguiente Navidad les pedí a mis papás que me compraran una chamarra similar. Todavía tengo las fotos de mi papá probándose varias chamarras de piel para ver si alguna me gustaba. Pero "al nene" no le gustaba ninguna. Quería una como la que ya tenía. De hecho, quería tanto una chamarra como esa que la había dejado en mi última visita a México para que la tuvieran como referencia.
Después de un tiempo dejamos de hablar del tema de la chamarra. Comprendí que había sido demasiado quisquilloso y que probablemente mis padres habían decidido no comprarme ninguna chamarra, darme unos billetes y desearme buena suerte.
Llegó la Navidad y mi papá me dio dos chamarras. Primero me dio mi chamarra vieja, pero esa chamarra ya no tenía partes rotas. La llevó con un peletero para arreglarla. Charly se llama, él le hizo ese chaleco de piel negra que portó en sus último años y que a mí secretamente nunca me gustó. Charly arregló mi chamarra y francamente hizo un muy buen trabajo. Pero mi papá no se detuvo ahí, me dió la segunda chamarra. Era una réplica de la otra. Le dijo a Charly, "mira, a mi hijo le gusta mucho esta chamarra y quiere una igual, no encuentro ninguna así que te voy a pedir que la hagas tú". Así aprendimos mi papá y yo que me gustan las chamarras "biker" como le explicó Charly.
La segunda chamarra es absolutamente superior a la original. La calidad de la piel no tiene comparación, me queda mejor, es más cómoda y además tiene de fondo toda esta historia.
Eso es lo que yo creo pa, nadie nunca va a entender. No van a entender que hayas sido tan bueno conmigo, tan buen padre. No van a entender que esto que parece un gran gesto, o uno pequeño, o uno mediano, no importa, era algo normal. Siempre hiciste lo que tenías que hacer para complacernos a mi mamá y a mí, mientras que siempre me decías que no me preocupara por lo que te iba a regalar en Navidad, que con que estuviera ahí era suficiente.
Siempre te referías a la gente demasiado fácil de ofender como alguien que tiene la piel finita, delgada pues. Hoy me desperté con la certeza de tu muerte, seguí mi día y cociné unos chilaquiles con el epazote que tú me diste, con la última salsita verde de cuadrito que me guardaste para que me trajera en enero. Te hubieran gustado, creo, en verdad siempre te gustaron más los rojos pero te los hubieras comido igual. La gente que me acompaña se sorprende de que no me haya destruido tu ausencia. Ahora mismo tengo lágrimas en los ojos, pero se van a secar porque tengo el recuerdo de ti diciéndome que tu prioridad cuando nací era hacer de mí un niño feliz y, carajo, no éramos ricos pero tuve una infancia sumamente privilegiada. No hay piel finita en esta chamarra, lo sé porque no es súper bueno que a las chamarras de piel les llueva encima, pero si la vieras, está intacta. Me diste esta piel, me sentí cómodo en ella y te pedí más, y como pudiste, remendaste las rupturas y me diste una nueva, una mejor. No es que sea una persona que no tiene la piel finita porque sea fuerte o mejor o muy hombre, sino porque en mis recuerdos, en tu cariño y en esa chamarra de piel gruesa que me protegía de la lluvía, llevo un abrazo sin fin, uno que me estás dando infinitamente.
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