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Desterrar las buenas costumbres

A Roberto Cruz Arzabal porque:
1.-Hoy es su cumpleaños
2.- Me regaló mi segundo libro de Fabián Casas
3.- Me acompaña en esta sensación de incomodidad
productiva que genera el libro de Badiou


Love is you, you and me. Love is knowing we can be.
John Lennon

En estos tiempos de incredulidad, resulta irresistible no entregarse a la lectura de un libro (¿?), o más bien, de una entrevista transcrita que mantuvieron Alain Badiou y Nicolas Truong llamada Elogio del amor. ¿Cómo puede ser que alguien tan inteligente se ponga a elogiar lo que tanto nos ha fallado? Y es que si nos falló el comunismo, el capitalismo, el bum, el milagro mexicano y Trent Reznor nos ofrece vía Johny Cash sólo un imperio de tierra y lodo, definitivamente en ese proceso nos falló el amor. En definitiva uno se entrega a la lectura de ese libro para remendar heridas con jirones de sus páginas (sí, estoy citando Aprendiz de Alejandro Sanz) porque nadie dijo que la desilusión fuera indolora.

Afortunadamente después de 50 páginas de madrazos (y es que uno lee cosas como esto [vaya, den click]) la cosa deja de ser despiadadamente cursi y toma una dimensión distinta. A partir de la misma dinámica del amor, se puede entender, aunque no totalmente, a la sociedad. Si partimos de que según Badiou "el amor habla, primero y antes que nada, de un Dos" y que en él "aprendemos que podemos experimentar el mundo a partir de la diferencia y ya no solamente de la identidad", sabemos que toda idea individualista que penetre en una dinámica amorosa, amenaza con resquebrajar su fundamento; más aún, tenemos que tomar conciencia de que el amor es un fenómeno social,  y no es aquél que idealiza y valora por sí mismo al enamorado que ve las estrellas y compone canciones.

También debo decir que en estos últimos días, con eso de cerrar bien el año y demás banalidades, me di a la tarea de terminar los libros cuya lectura tenía empezada. Así que leí un ensayo de Fabián Casas que se llama "La Solarística" que es con el que cierra su libro La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún. La escritura de Casas, según yo, tiene algo que la recorre por todos lados: te dice que va a hablar de algo, luego habla de tres cosas más y al final te sorprende porque sin que te dieras cuenta, todo el tiempo estuvo hablando del primer tema. Por eso no tiene problema en contarte del primer día de clases de su hija, o de su psicólogo poco elocuente en un ensayo sobre Tolstoi, y bajo esa misma lógica, parecerá natural que en un poema de amor haga referencia a su madre muerta y al padre enfermo de la amada. Así, en un texto que termina siendo una carta de agradecimiento a su amigo chileno Sergio Parra, Casas aborda el tema de las identidades nacionales y dice:
¿Existe la argentinidad? ¿Existe la chilenidad? ¿Se las puede aislar, estudiar, empaquetar? Nací en Argentina. ¿Tengo necesidad de remarcar algo que ya soy por fatalidad? Quiero contar esto: crecí durante la dictadura militar. Vi cómo todo un país –incluyéndome– festejaba el triunfo en un Mundial de Fútbol mientras se masacraban impunemente a muchos de nuestros contemporáneos. Escuché el himno nacional en la radio cuando derrocaron a Isabel Perón, cuando invadieron Malvinas y cada vez que la Argentina se convierte en un séquito de fanáticos fundamentalistas. Recuerdo ahora ese frío metafísico Mundial 78. A partir de ahí me fui alejando cada vez más de la idea de país. Que la usen otros. Viví durante la dictadura en una nación que se convirtió en un territorio con las persianas bajas y las puertas cerradas, olor a encierro y olor a muerte, agua estancada. Un país que no abre sus fronteras, que no se cruza con otros idiomas, otras costumbres, un país que marcha el paso militar, es una prefiguración del infierno. ¿Y no es un país siempre algo que intenta separarse, diferenciarse, definirse, cerrarse, autoglorificarse? ¿No encierran todos los países las mismas enfermedades?
Las dinámicas de lo que Badiou denomina "la reacción" son necesariamente diferenciadoras, individualistas, derechistas y por lo mismo, son carentes de amor. Qué peligrosas resultan las prácticas conservadoras desde esta perspectiva. Las tradiciones que deben ser respetadas porque son identitarias se convierten en la materia de un discurso potencialmente fascista. Dice Badiou algo que creo vale la pena reproducir:
Cuando el contexto es depresivo y reaccionario, lo que tratamos de poner al orden del día es la identidad. Esto puede adoptar diferentes formas, pero siempre se trata de la identidad. Y Sarkozy no es una excepción. Objetivo número uno: los obreros de proveniencia extranjera. Instrumento: feroces legislaciones represivas. Ya se había ejercitado en eso cuando fue Ministro del Interior. El discurso en vigor mezcla identidad francesa e identidad occidental... La propuesta reaccionaria siempre tiene que ver con defender "nuestros valores" y acomodarnos en el molde general del capitalismo mundial como única identidad posible. La temática de la reacción siempre es una brutal problemática identitaria, sea cual sea la forma que adopte.
Asumir que nuestros valores deben ser defendidos a priori puede generar problemas sociales. ¿Cuántos crímenes de odio se pueden cometer a partir una premisa mojigata como "eso no es de buen gusto"? Más de una vez he escuchado que una escena en que dos hombres se besan apasionadamente es asquerosa; que aunque no esté bien, una cosa es que en el cine o en la tele dos hombres guapos se besen, pero eso de que dos bigotudos panzones se "estén atascando en público" es repugnante. Posteriormente viene cualquier cantidad de moralizaciones al respecto. "Es que pobres niños, nadie piensa en ellos, ¿qué necesidad de contaminar sus mentes? o bien "es que no deberían hacer eso, porque eso es exhibirse y exhibirse es de mal gusto". Basta decir a estas personas que la visibilidad no es exhibición. La moral derechista es incapaz de vivir la diferencia, no puede soportar al que no es como él. Ante una situación así, Badiou opina que:
Ahora bien, cuando es la lógica de la identidad la que predomina, por definición, el amor se ve amenazado. Se cuestionará su atracción por la diferencia, su dimensión social  su costado salvaje, eventualmente violento. Se hará propaganda de un “amor” seguro, en perfecta coherencia con el resto de las gestiones aseguradoras. Por esto, defender el amor en lo que tiene de transgresor y heterogéneo respecto de la ley es una tarea de este momento histórico. En el amor, mínimamente, se confía en la diferencia, en lugar de sospecharla.
Y es que Badiou aunque insiste mucho en que amor y política no deben ser confundidos, sí hará énfasis en que sus naturalezas no son completamente ajenas. Para el filósofo, en la política se tienen enemigos; la cualidad primera de la política no consiste en propagar el amor sino en controlar el odio. El amor no contempla enemigos, no contempla rivales, si estos existen son irrelevantes porque pueden ser imaginarios o verdaderos: los celos son intangibles, los enemigos políticos nunca lo son. Pero ambos comparten la dimensión social: el amor consiste en un dos que vive la diferencia, que la asume y que la vuelve creadora; la política se trata de saber si muchos, como masa, pueden crear la igualdad. Casas parece tener un pensamiento análogo y lo expresa con mucha lucidez:
Para muchos, la díada entre derecha e izquierda está terminada. No se puede pensar el mundo bajo este sistema. Yo no lo creo así. Pienso que la derecha existe y que existe la izquierda. Pienso que la naturaleza, por ejemplo, es de derecha. La naturaleza sólo se preocupa por la naturaleza. Si un impala de la manada es deficiente, que se lo coma el león para purificar la especie. En este sentido la izquierda es un tumor para la naturaleza. A la izquierda –como yo la veo– le interesa preservar y proteger a ese ser que no consigue correr a la par de los demás.
De este fragmento me interesa destacar dos cosas. Primero la identificación de la naturaleza con la derecha, ya que de ella se puede concluir que a la derecha sólo le interesa la derecha y todo aquello que no le sea semejante, debe ser aniquilado. A esto se refería Badiou con su "reacción". Por otro lado, que la izquierda sea un tumor para la naturaleza me sugiere que la izquierda es algo contrario a la naturaleza, así como lo es la civilización. En una maromenta de equivalentes y opuestos, se puede postular que desde esta perspectiva, la izquierda es una de las formas más logradas de la civilización: esa en la que se respeta y se garantiza el derecho a vivir, pero verdaderamente vivir, de cada individuo. Si en un contexto depresivo y reaccionario el amor está en riesgo, es decir, si en un contexto de derecha el amor comienza a ser inviable, entonces en un contexto de izquierda pasará lo contrario, porque aunque política y amor no sean equiparables, aquella cualidad que comparten, vivir la diferencia, devendrá con mayor facilidad.

Casas y Badiou hacen una propuesta apasionada por defender la pluralidad, cada uno a su manera. Casas por ejemplo, dirá que el bar de Star Wars siempre le ha fascinado porque es un espacio en el que todos conviven; Badiou puede recorrer la historia del siglo xx francés para decirnos que esos momentos en que recordamos a Francia como un ejemplo de sociedad avanzada, es cuando se hace una apuesta por la diferencia, por ejemplo en el 68. Casas nos regala ejemplos muy concretos, vivenciales, nos da fábulas, lo pone al alcance de nuestras manos; Badiou construye una base sólida que parte del amor y regresa constantemente a él. Quizá en algo estoy en desacuerdo con Badiou: yo creo que todo sí se trata de propagar el amor. Porque (paradójicamente) como él dice, y por favor, entendamos la palabra en su sentido de comunidad:
Aquí tenemos aún otra definición posible del amor: ¡el comunismo en su estado mínimo!



Comentarios

Victorvenom ha dicho que…
Adam, me gustó mucho tu texto y, sobre todo, me movió.
Enseguida pensé que desde la filosofía de la biología se le puede agregar más todavía a la crítica contra la aversión que la derecha le tiene a la pluralidad. Y es que la imagen de la naturaleza como una entidad egoísta, que promueve la competencia para "purificarse", proviene de una interpretación particular de la selección natural, aquella intepretación que dice que "sólo los aptos sobreviven". Para muchos filósofos e historiadores, tanto el concepto darwiniano de selección natural como la interpretación de "los maś aptos" tienen sus raíces en los albores del capitalismo que ocurrían en la Inglaterra victoriana al mismo tiempo que Darwin escribía "El Origen de las especies". Así que, al final, pensamos que la naturaleza tiene rasgos de derecha porque esa ideología se los asignó en un principio, suponiendo quizá que eso le daría legitimidad. (Nada como lo natural.)
Pero asumir que la imagen de la naturaleza puede ser otra nos deja sin necesidad de enfrentar a la naturaleza y a la civilización. En una visión distinta de la naturaleza, la pluralidad es una necesidad. Sin diferencias entre los individuos, no habría evolución; no hay hacia dónde moverse ni hacia dónde diversificarse.
Pero quizá esa visión también está sesgada, y entonces haya que dar por hecho que cualquier postura que tomemos ante el otro, amarlo o no tolerarlo, es una decisión propia, que quizá no está legitimada por nada, y asumir sus consecuencias.
Lo he pensado y creo que, en estos tiempos, el amor al otro es una necesidad social.
Abrazos amorosos.

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