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Debo ser pésimo

En verdad que debo ser pésimo bloguero (¿blogguero, blogger?) Creo que ésta es mi primer o segunda entrada de todo el 2014. La verdad creo que se debe a toda esta secrecía con la que a ratos me gusta vivir mi vida. O tal vez tenía miedo de no poder resistir la tentación de escribir sobre ciertas cosas,un poco morbosas y que al final no tienen importancia... pero es que son las más sabrosas para deshacer y exponer.

Llevo más o menos mes y medio en Canadá. Finalmente estoy fuera del departamento en el que viví 25 años con mis padres; estoy fuera de la Viaducto Piedad y su conveniente cercanía al metro, al Eje cuatro (con su flamante y mal conducido metrobús), al Eje tres y a la Calzada de Tlalpan. Dice mi papá que cuando era chiquito me gustaba mucho vivir ahí porque decía que era muy conveniente: apenas abajo estaba la tienda, a media cuadra la tintorería, a una cuadra los jugos, la verdulería, varias peluquerías, la papelería, las zapaterías y así. Conforme fui creciendo aprendí a apreciar los tacos de enfrente, que siempre cierran hasta las 4 de la mañana, y en fines de semana hasta las 5 (así que después de la fiesta, del concierto, del evento de sociedad...). A cuadra y media está el sushi, a tres están unas hamburguesas impresionantemente buenas, etc. Pero también un día, uno de mis amigos me hizo sentir muy mal con respecto a mi casa, me dijo con un poco de mala leche, que mis rumbos estaban feos... que no le gustaba estar por ahí de noche. Estábamos con su novia, la voltee a ver y no supo qué decir... pero si no hubiera estado de acuerdo habría sido fácil decir "este wey exagera".

Desde ese día empecé a querer ver las fallas, quise ver la inseguridad, el mal aspecto de mi calle. Pero nunca pude. Siempre que estuve a un radio de 8 cuadras de mi casa, me sentí seguro, incluso esa vez que un loco decidió que era inaceptable que me le quedara viendo en la fila del OXXO y a la salida de la tienda me recibió con un puñetazo. Lo más terrible de todo es que el muy marica me jaló del cabello y logró arrancarme algunos, y digo, mi cabello no es gratis jajaja, le invierto mucho (vean cómo me quejo de que él es un marica porque me maltrató el cabello). Siempre esas calles me hicieron sentir en casa, y a pesar de que nunca hice amigos por ahí, a los regulares los conocía y ellos me conocían a mí.

Recuerdo que pocas semanas antes de mi viaje a Canadá, salí por jugo de naranja para el desayuno. Sentí cómo esa banqueta vieja me saludaba con toda naturalidad: cada agujero, cada desnivel, cada grieta eran gestos que yo conocía perfectamente. La banqueta y yo sabíamos entablar ese diálogo viejísimo que llevábamos ensayando desde que mis papás decidieron que era buena idea que yo fuera a hacer algunas compras cerca del edificio. En ese momento pensé que salir de toda esa naturalidad me iba a costar muchísimo trabajo, que un país sin mis padres, sin mi casa, sin mis calles, sin mis amigos, sin mi ciudad y sin mi lengua me iba a presentar demasiados obstáculos. Siempre he estado acostumbrado que el sol ilumine de una manera específica mi cuarto, a que la pared de al lado de mi cama tenga cierta temperatura, a que el escusado con su asiento de metal esté frío y firme, y no completamente tambaleante como el de la mayoría de las casas. Soy capricornio, soy terco y me gustan las cosas a la manera a la que estoy acostumbrado, a la que siempre asumí que era mi manera.

Nunca había salido del país, pero conozco gente que lo ha hecho. Todos te dicen cosas diferentes claro, pero también coinciden en otras: la comida, los amigos, la soledad... esos tres temas siempre salen de alguna manera. Los mejores siempre te dicen que no es gran cosa y que te acostumbras; los peores te dicen que esas diferencias merman toda tu vida y que ya nada nunca será igual, que todo tiempo pasado fue mejor y que aunque es una gran experiencia, están muy felices de estar de vuelta. He estado pensando mucho en si debería escribir esto o no. Después de todo sólo llevo mes y medio. Pero también sé que hay gente que a las tres semanas ya está que no se aguanta, así que supongo que estoy tan autorizado como ellos.

La verdad me caga el mame del viajero.

Me caga la gente que a la semana dejan pendejo a Ovidio y a todos los exiliados españoles y se ponen a escribir como si los hubieran separado de sus familias por la fuerza o los hubieran matado ante sus ojos. Me caga la gente que no puede esperar por volver a México lindo y querido para comer unos tacos de tamal en mole con chicharrón y agua de chía con salsa macha y pozole. Me caga la gente que extraña el aroma de las avenidas, los nombres de las calles, las jacarandas en septiembre (o casi en el resto del año) y el sonido de los colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que NUNCA han vendido. Me caga la pose de la nostalgia, me caga la infelicidad como forma de la autopromoción.

Yo entiendo que en mi medio a la banda le da por creer que ser perseguido político es cool y que entonces a la manera del Che Guevara hay que provocar textos conmovedores: hay que disfrazarse, visitar a los hijos abandonados y experimentar el dolor de renunciar a una vida privada por perseguir un bien mayor y lograr el bien de la humanidad, para después de eso, escribir una carta de despedida conmovedora y esperar que alguien recoja todo el episodio anterior para darle más fuerza (en una de esas hasta Pablo Milanés nos compone Si el poeta eres tú). Porque de eso se trata, de que alguien un día lea lo que me pasó y llore conmigo, en otro lugar y en otro momento, pero conmigo. No se trata de lo demás. Entonces mejor no nos arriesgamos y lo escribimos todo, para que nada se escape.

Siempre me ha parecido que viajar para sufrir es una forma muy cara de pasarla mal: (para usar el anglicismo) no tengo ese tipo de dinero. No quiero sonar desalmado ni nada, extraño a mi familia y a mis amigos, extraño a mi novia que es la persona más increíble del mundo, pero no estoy dispuesto a lamentar sus ausencias al grado en que eso absorba todo mi tiempo: no vine a eso. Si decidí que debía viajar para estudiar aquí era porque las oportunidades que me esperaban eran mejores que las que se presentaban allá, y finalmente estar aquí no fue nada fácil (3,814.75km de distancia). No entiendo por qué ahora que estoy aquí, dedicaría mi tiempo a decir que soy infeliz.

No me es completamente ininteligible la razón de todo ese mame que por fuerza conocen. Es una forma muy fácil de obtener atención. Pero es muy barato, ¿no?, entre barato y triste, entre triste y patético.

Supongo que me animé a escribir esto ahora que tengo un poquito de autoridad, ahora que ningún hipersensible puede venir con la mamada de "tú qué sabes, no has viajado" pero en realidad tiene años que he querido hacerlo. Supongo que "el mame del viajero" es sólo otro síntoma de algo más grande y que es igualmente castrante, llámenle como quieran, yo propongo "autopromoción vía flagelamiento verbal público" (para que al menos tenga un nombre que parezca importante –última ofrenda–). Es programático, es un proyecto y es real, además muchos hemos caído en la trampa de "con tal de que no se sienta mal". A mí antes me pasaba porque yo mismo decía "la distancia debe ser lo más terrible, yo no lo sé porque nunca he viajado". Pero ya no más.


Comentarios

MCA ha dicho que…
La ampliación de tu mundo y tu entorno, debe ser algo fascinante, que te motive a crecer y ser el hombre que quieres ser. Que tendrá sus costo emocionales, sin duda, la distancia puede servir para crecer,cortar los vínculos, pero ¿porqué no?, también para fortalecerlos, apreciar lo que se queda atrás, y valorar todo nuevo conocimiento y experiencia, puede doler un poquito, pero cada vez será menos.

No sabemos si fue tardío o prematuro, con seguridad es el tiempo perfecto para ti.

Quienes te queremos y valoramos estaremos siempre para ti.

MCA

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