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La metáfora es una confusión habitable.

Así como ese lugar común de la actriz cuya belleza gozó mejores tiempos y ocupa sus tardes en rememorar su época de gloria, así recuerdo mis años de licenciatura. Ese sistema académico, que desde su verticalidad genera deleznables dinámicas de poder, que propicia que el alumno se desviva por salir del anonimato, por ser una entidad única con un nombre propio a los ojos del profesor mismo que en un acto de (espuria) generosidad excepcional resalta el trabajo del ya nunca anónimo alumno, me dio varios premios de este tipo. Y aunque sea un triste simulacro de la felicidad, funciona. Afortunadamente uno puede tomar distancia de ello y sacar alguna otra cosa más útil o más encantadora después.

Recuerdo que en un curso extracurricular que el profesor Pedro Cerrillo dio acerca de los poetas de la generación del 27 (puse "generación" para que sepan de qué hablo y para que los exquisitos digan que eso no es una generación según bla) revisamos en los últimos días un poema de Alberti que quizá sea mi favorito de los que conozco de dicho grupo de poetas, sí, a pesar de Cernuda y de que el que más me gusta en realidad es Pedro Salinas. Quizá peor sea que revele que dicho poema es "La Paloma", ultraconocido poema popularizado por Serrat (los exquisitos quizá digan "masacrado por") que tomando en cuenta la producción poética del grupo, quizá sea similar a decir que tu canción favorita de los Beatles es "Yesterday", pero en lo evidente se esconde muchas veces el encanto de lo que lo hizo evidente en primer lugar.

Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.

Que las estrellas, rocío;
que la calor; la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)

Cuando leímos ese poema me gané mi premio ("Es que cada vez que habla tiene razón" dijo Pedro Cerrillo hace quizá seis o siete años, pero nunca jamás se me va a olvidar, y este es mi blog, por lo que siempre es, ante todo, un monumento a mi insufrible ego, aunque debo admitir que casi nunca es así de evidente, por eso pongo esto en paréntesis, para disimular) porque noté que hay una diferencia sistemática entre las equivocaciones de la paloma: por una parte pensó que el trigo era agua, que el mar era el cielo, que las estrellas eran rocío y que tu corazón su casa; por otro lado confundió el norte con el sur, la noche con la mañana, la calor con la nevada, una falda con una blusa. Podemos, si queremos, discutir si hacemos un pequeño sistema en el que blusa=corazón, falda=casa y podemos preguntar si queremos, si eso es una alusión sexual porque la paloma habitaría el corazón que es la casa pero de la falda, en fin. Lo que me ganó mi premio en ese momento es que señalé que las primeras confusiones no eran contrarias mientras que las segundas sí. Meses adelante frente a un cuadro de Magritte, Los orígenes del lenguaje, veía un poco del poema de Alberti. Es que todos podemos confundir un poco el cielo con el mar, pero es esa línea que los diferencia lo que los hace unidades distintas:


Claramente la piedra y las nubes también juegan un papel importante y le podemos dar muchas vueltas al cuadro, al final se trata de las diferencias y a mí la que más me interesaba era la que crea la línea del horizonte. El poema de Alberti trata las diferencias tan sutiles como la línea del horizonte, tan sutiles que en vez de agrupar elementos contrarios, lo que agrupa son metáforas. Los trigales cuando los mueve el viento semejan el oleaje del mar, del agua, el cielo azul como el mar o el mar azul como el cielo son unidades fácilmente intercambiables en los terrenos de la metáfora, lo mismo podemos decir de las estrellas, de su brillo y del del rocío y nada debemos comentar sobre el casi inherente cursi sentido del corazón como una casa.

Gracias a que la metáfora es una comparación entre dos elementos que descansa en un tercer elemento que los une pero que se excluye, uno puede habitar uno a través de otro. Es cierto que en estricto sentido sí vivimos entre las estrellas, pero nada más emocionante que vagar, llevar la cabeza baja y ver el rocío en el pasto, levantarla, ver las estrellas y sentir que de cierta manera uno camina sobre el cielo.

No quiero hacer una glosa de cada una de las metáforas, en realidad quisiera enfocarme en una de ellas. La metáfora del cielo y el mar se ha convertido en un leit motif para mí. Hace menos de dos años conocí a Brendan Swalm en las ignotas tierras de Saskatchewan, provincia invisible del Canadá ante los ojos del mundo. Brendan a pesar de ser nativo del primer mundo, en sus 22 años de vida no había visto el mar (ni el Metro, lo que da para hacer un libro que comience con algo como "Algunos meses después, frente al plato con quesadillas que su amigo mexicano le había preparado, el estudiante Brendan Swalm había de recordar aquella tarde remota en que su novia alemana lo llevó a conocer el Metro de Berlín"). Conoció a una chica alemana que se hizo su novia un día antes de abandonar Canadá y que era muy infeliz en Saskatchewan porque en su ciudad había mas fiesta, más alcohol, más diversión pero sobre todo porque nunca había estado tan lejos del mar. Lisa, ese era su nombre, extrañaba el mar y su olor y la humedad y todo lo que la gente que vive cerca del mar extraña del mar. Ni es que vayan mucho al mar, pero es como muchas otras cosas, basta con saber que está ahí.

Víctima de una terrible disposición al romance imposible y de una beca canadiense más que suficiente, Brendan Swalm se dirigió hacia Alemania en la primera oportunidad que tuvo para visitar a su amada y fue así que conoció el mar. Meses después, con Lisa aún en mente, Brendan decidió estudiar en Bélgica para obtener algún título que aquí no importa y para estar cerca de su media naranja (Fey 4ever). Fue aceptado en la Universidad de Lovaina pero fue casi simultáneamente rechazado del corazón, de la casa, de la blusa y de la falda de Lisa, que ya no quería ser su novia. Así fue que Brendan Swalm terminó viviendo en una ciudad que ni tiene mar o cielo azul, pero que lo compensa con cerveza y chocolates.

Brendan regresó a Canadá durante un par de semanas en enero. Mientras hablábamos de los cambios a los que se había tenido que ajustar, recordamos eso de que Lisa extrañaba el mar. Brendan me dijo que ahora lo entendía, aunque a medias: que en Lovaina el cielo era medio gris y dijo que extrañaba su casa, su provincia Saskatchewan, pero que definitivamente no necesitaba el mar: "When you live in the prairies, the sky is your ocean". 


Yo le concedo la razón a Brendan porque sí conozco el mar pero no soy de la costa, pero cuando de repente voy caminando y me percato de lo intensamente azul que es el cielo, siento que me rodea, que es inmenso y que de no ser porque en realidad es una experiencia agradable, me ahogaría. Brendan no necesitaba el mar, le bastaba con habitar en un lugar con un cielo tan azul y profundo como el de Saskatoon (ciudad más invisible localizada en Saskatchewan). Es por eso que como la paloma y como Brendan, creo que las metáforas son una confusión habitable.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Esto es lo más bonito que has escrito.

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