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Notas sobre cabellos, cuerdas, tragedias y parodias.

Acabo de terminar los Ensayos Bonsái del siempre genial Fabián Casas. Platicaba con una amiga que Casas tiene una cualidad impresionante de ser sumamente accesible a la vez que es un name dropper incurable, pero sorprendentemente, eso no lo convierte en un escritor pedante. No sé si es porque cuando realmente es importante, Casas glosa su referencia para que aunque no la conozcamos, entendamos de lo que habla, si es porque trata una referencia pop con la misma seriedad que una de alta cultura (Brian Eno y Pound están hermanados en la prosa de Casas gracias a la relación que mantuvieron con David Bowie y T. S. Eliot respectivamente), o porque, como a la mayoría de la gente, después de irla 'leyendo' durante un tiempo, le cachas que lo que parece una sabiduría profunda, que a veces lo es, también en ocasiones se siente que sale de una colección de frases:¿que acaso no todos conocemos a alguien que va por la vida con eso de "como dijo..." y luego cita algo sacado de frasesDeGenteLista.com? No creo que sea el caso de Casas, le tengo demasiada buena voluntad, pero sólo apunto que a veces esa sensación me da. Una de sus referencias favoritas es aquello de que Marx dijo que todo ocurre dos veces en la historia: una como tragedia y la otra como parodia. Aquí alguien puede venir a ponerse name dropper (yo, por ejemplo) y decir algo, algo, Genette y que toda repetición basada en un modelo es parodia, ya sea con intención de mover a risa o bien de mover a algún sentimiento noble, en cuyo caso estamos ante la presencia del homenaje. De esta manera podría decir que Casas no es tan listo, que yo no creo en las repeticiones dobles sino en una serie infinita de repeticiones, en una serie infinita de parodias, podría soltar el nombre de Nietzsche y quizá parecería alguien muy listo aunque francamente habría fracasado como lector, porque eso de menospreciar a priori un texto con tal de enaltecerse uno es una de esas prácticas mezquinas que la gente que lee por alguna razón lleva a acabo con enorme gusto, y aquello que los movió algún día a leer que yo creo que es una 'voluntad de entender', ahora se desvanece para reafirmar sus propios prejuicios.

Fin de la bilis. En realidad no quiero hacer una apología (innecesaria y no requerida) de la prosa de Casas, ni tampoco reseñar su libro, aunque quizá si quería hablar un poco de él porque es un escritor que me gusta mucho. De lo que quiero hablar es de cabellos y cordones. Es que mientras leía Ensayos Bonsái también leía Cligés de Chrétien de Troyes, un autor conocido entre los medievalistas por ser el responsable de innumerables (es decir, muchas, porque sí se pueden contar) novelas de tema caballeresco. En su texto, Chrétien habla de una camisa que tiene bordados hilos de oro y que es un regalo de Ginebra a Alejandro, el caballero protagonista de esta novela. Alejandro viene de tierras lejanas para ser ordenado caballero por nada más ni menos que el Rey Arturo. A la vez que muestra su valor, Alejandro se enamora de Soredamor. Cuenta con la suerte de que su amor es correspondido y también de que la reina se dé cuenta. Entonces la reina le regala la dicha camisa que entre los hilos de oro tiene un cabello de Soredamor, tan brillante, tan hermoso, que hace al mismo oro palidecer. Cuando Alejandro, ya preso de la enfermedad de amor, escucha, incitada por la reina, de boca de Soredamor cómo fue confeccionada la camisa, ocurre lo siguiente:

La joven arde de pudor y vergüenza, pero cuenta la historia de buena gana, pues desea que Alejandro escuche la verdad, y él siente tal alegría al escucharla, cuando esta cuenta y describe cómo fue hecha la camisa, que a duras penas se contiene de inclinarse y adorar el fino cabello que contempla. Sus compañeros y la reina que estaba allí delante, le molestan y le contrarían: por ellos no se atreve a llevar la camisa hasta los ojos y hasta la boca, donde la habría llevado con sumo gusto, si supiera que no le veían. Está contento por tener tanto de su amiga, pues no piensa ni espera alcanzar jamás otro bien de ella. Su deseo le hace dudar, sin embargo, cuando tiene ocasión, besa la camisa más de cien mil veces. Siente durante toda la noche una inmensa alegría pero bien se guarda de que nadie le vea. Cuando está acostado en su lecho, encuentra gozo, deleite y placer en lo que no puede dárselo. Durante toda la noche abraza la camisa y cuando contempla el cabello, cree ser señor del mundo entero.

Habrá la persona moderna que diga que qué exageración porque es demasiado rollo por un cabello. Vaya, no creo que esté completamente equivocado, pero el tema del cabello es uno interesante y si no se pueden relacionar con algo que tiene una tradición dentro de la sensualidad tan nutrida, tal vez Scarlett Johansson se los pueda mostrar de mejor manera (1:48):


Retirarse el velo tiene un valor simbólico. En ese nivel el velo es un himen que está reservado sólo para un hombre dentro de la más conservadora tradición del amor (ya topan por qué en las bodas el "ya puede besar a la novia" está precedido del acto locutivo "los declaro marido y mujer". A partir de que el cura pronuncia esa oración, los individuos están unidos en matrimonio, es entonces que el varón retira el velo del rostro de la dama (ahora ya tiene derecho) y la besa: el beso, también dentro de la tradición del amor como bien lo explica Pico della Mirandola, es una sublimación del acto sexual: en vez de los 'sucios' genitales, participan los órganos que nos dan la dignidad de seres pensantes, la cabeza, los ojos, la lengua –el beso es el sexo del lenguaje– ). Es por eso que el cabello en esa escena no puede ser mostrado a cualquiera, y que cuando Vermeer impone su mirada sobre el cabello de su modelo, ella se nota incómoda: ha violentado su intimidad. Resultado de este constructo cultural es la fetichización del cabello, aunque quizá más bien deberíamos hablar de dos ítems culturales que se apoyan uno en el otro: el cabello siempre ha sido un elemento susceptible a la sensualidad.

El texto de Chrétien de Troyes antecede a uno de los clásicos de la literatura española que quizá ya resuene en la cabeza de los lectores freaks que como yo, conocen dicha obra: La Celestina de Fernando de Rojas. ¿Por qué exactamente resonaría tal obra ahora? Por el cordón de Melibea, que como apunta Celestina "es fama que ha tocado todas las reliquias que hay en Roma y Jerusalén", lo que en el contexto de la obra, puede fácilmente ser leído como un eufemismo: el cordón que Celestina le pide a Melibea es el que rodea su cintura, así que las reliquias, particularmente en un texto en el que Calisto ha declarado que tiene a Melibea por un dios, no son las reliquias de la tradición cristiana.  Después de que Celestina le da el cordón, Calisto exclama:

¡O nuevo huésped! ¡O bienaventurado cordón, que tanto poder y merescimiento toviste de ceñir aquel cuerpo que yo no soy digno de servir! ¡ O ñudos de mi pasión, vosotros enlazastes mis desseos! Dezidme si os hallastes presentes en la desconsolada respuesta de aquélla a quien vosotros servís y yo adoro y, por más que trabajo noches y días, no me vale ni me aprovecha.

Pero ahí no acaba la cosa...

¡O mi gloria y ceñidero de aquella angélica cintura! Yo te veo y no lo creo. ¡O cordón, cordón! ¿Fuísteme tú enemigo? Dilo cierto. Si lo fuiste, yo te perdono, que de los buenos es propio las culpas perdonar. No lo creo; que, si fueras contrario, no vinieras tan presto a mi poder, salvo si vienes a disculparte. ¡Conjúrote me respondas, por la virtud del gran poder que aquella señora sobre mí tiene!

No estamos ni cerca de que acabe...

Que azas bien me fuera del cielo otorgado que de mis braços fueras fecho y texido, no de seda como eres, porque ellos gozaran cada día de rodear y ceñir con devida reverencia aquellos miembros que tú, sin sentir ni gozar de la gloria, siempre tienes abraçados. ¡O qué secretos havrás visto de aquella excelente ymagen!

Ya hasta Celestina está harta y le dice que él verá más si no se vuelve loco y deja de ponerle tanta atención al famoso cordón, pero Calisto responde así:

Calla, señora, que él y yo nos entendemos. ¡O mis ojos, acordaos cómo fuistes causa y puerta por donde mi coraçón llagado y que aquél es visto hazer el daño que da la causa! Acordaos que soys debdores de la salud; remirá la melezina que os viene hasta casa. 

Celestina encuentra tan ridículo a Calisto que le dice: "Señor, ¿por holgar con el cordón no querrás gozar de Melibea?". Es aquí donde efectivamente parece que aquello que rumia Casas con respecto de Marx se confirma: el amor en Cligés es más cercano a la tragedia mientras que claramente Calisto es una parodia burlesca del amante cortés. En su contexto, el discurso de Alejandro no puede ser tomado a broma, mientras que el discurso de Calisto, incluso para aquellos impedidos que no pueden distinguir entre una declaración afirmativa, una versión de ésta misma parodiada y ya no se diga una irónica, no podría ser tomada en serio gracias a las intervenciones de Celestina. Pero, y es que aquí me interesa hablar de cabellos y cuerdas, habría que notar que la actitud de Alejandro y la de Calisto, a pesar de ser similares, o gracias a ello, después se pueden analizar mejor para entender que las sutiles diferencias son de suma importancia para la caracterización de los personajes. El cabello que adora Alejandro proviene de la cabeza de Soredamor, mientras que el cordón que tiene Calisto viene de la cintura de Melibea. Aquí debemos invitar las connotaciones de sublime/terreno dado que en eso estriba la diferencia entre ambos personajes. 

Es por eso sorprendente que a pesar de que hay funciones distintas detrás de los elementos (cabello/cordón), ambos compartan esa característica tan esencial que es semajar un hilo. Al respecto puede resultar ilustrativo algo que de manera casi tangencial, Ioan P. Culianu apuntó acerca de las redes cuando hablaba de la magia y el amor. Dice Culianu:

En efecto, ¿qué hace el enamorado, con todos sus gestos, palabras, favores y obsequios, si no crear una red mágica alrededor del objeto de su amor? Todos los medios de persuasión que pone en funcionamiento son otros tantos medios mágicos cuya finalidad es atar al otro. Ficino mismo utiliza, en una ocasión, el término rete, que significa "malla" o "red". Hablando con propiedad, se puede decir que el amante y el mago hacen los mismo: lanzan sus "redes" para apoderarse de ciertos objetos, para atraerlos y arrastrarlos hacia ellos.

A final de cuentas, tomando en cuenta lo dicho por Culianu, la aparente coincidencia gratuita de cabello/cordón=hilo pertenece a una tradición que entiende que el amor es un (qué bonita palabra voy a usar aquí) amarre entre dos personas. Recordemos que Celestina entró a casa de Melibea con la excusa de "vender un poco de hilado con que tengo caçadas más de treynta". Celestina explica que con el pretexto de vender hilo, entra a la casa de Melibea, y que este hilo le ha ayudado a casar a más de treinta. El hilo, como bien saben los lectores de Celestina, está encantado y su magia ayudará a unir a Melibea y a Calisto. Así, podemos tomar un poco de distancia y darnos cuenta de que Celestina va a casa de Melibea para vender hilado, sale de ella con un cordón que lleva a casa de Calisto. ¿Qué es eso sino tejer una red que involucre a los amantes? De la misma manera en Cligés vemos que es la reina la que, por medio del regalo de la camisa con el cabello de Soredamor, teje ese amarre entre Alejandro y su amada. Esta comparación y las similitudes estructurales, al llenarse de contenido y de las particularidades de cada obra, dan cuenta del tipo de amor al que nos enfrentamos: ya hemos mencionado el contraste entre cabello y cordón, pero también podríamos mencionar que en un caso es la reina esposa del Rey Arturo la que une a los amantes mientras que en el otro es una alcahueta que no pocas veces es referida como "puta vieja" en la obra; de la misma manera podríamos hacer una comparación entre los mismísimos amantes. El propósito principal, sin embargo, era poner de manifiesto que la elección de cabello y/o cordón no es gratuita.

Esto me recuerda un poco a cuando iba en la prepa. Un amigo y yo fuimos a atestiguar la unión matrimonial falsa de otro amigo con su novio. Mientras mi amigo y yo veíamos el ritual pagano, él se quejaba de que le habían cortado mal el pelo y que como lo tenía muy corto, no podía hablarle a la chica que le gustaba: "No wey, no tengo pelo, no tengo con qué". Mientras tanto, nuestro amigo se unía en una ceremonia pública con su pareja. No hubo dinero para anillos, pero sí para un mecate con que los autonombrados padrinos los amarraban violentamente. Así, metafóricamente, no se separaran jamás.

Así que ahí está su cabello, ahí está su lazo.

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