La ventana indiscreta pueden ser todas. Desde la ventana de los ojos, que sin mucho pedir más que un par de párpados abiertos y lubricantes no se interpongan en el camino, hasta, no sé, la ventana del autobús que te lleva a la escuela, pero que también si querer te pasea. Puedes ver todo lo que rodea al camión, o casi todo, -cómo va la remodelación del parque, ya pavimentaron aquí, ya quebró esta fonda, ya abrieron otra vinatería, etc-. A veces recorres una parte del camino que hacías rutinariamente en años anteriores, por ejemplo, ibas a la prepa y hacías el mismo camino y ahora vas más lejos, en distancia y en tiempo pues ya vas a la universidad. Recuerdas cuando ibas con tus amigos por una torta, por un refresco, al billar, a las chelas, a comprar pulseritas y a veces a estudiar. A veces recuerdas los buenos maestros, los malos, los momentos simpáticos de la prepa. A veces sólo vas leyendo una novela de chismes amorosos y levantas la vista y ¡puff! ocurre. Lo ves, la vez, dos partes de tu pasado. Él, que fueron tantas noches de alcohol, humo de cigarro, borrachos tirados en el baño y música agradable, que fue amigo de varios momentos, y compañero de varias penas tanto tuyas como suyas. Élla que fue lo mismo, y a veces un poquito más, un poco como un Pepe Grillo, aunque a veces autoritario, pero a fin de cuentas agradable. Ellos dos que agarrados de la mano pasan de largo el camión en el que tú vas a la escuela, y así se llevan, en sentido contrario al que el camión lleva, una parte del pasado que así como ese mínimo instante en que levantaste la cabeza para descansar de la lectura y los viste, pasó, y no se repetirá nunca más. En ese momento, tú eres un indiscreto, ellos, como muchas otras veces no se dieron cuenta de dónde estabas y que te dejaban solo con tu libro, y tú ni siquiera tienes derecho de mirarlos, pero te engañas y otra ves dices -aquí estamos juntos los tres-.
Fragmento del libro "lo que nunca escribí".
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TC12