Ayer veía unas fotos y se preguntaba muy honestamente ¿si yo tomé la foto también salgo en ella? Las cámaras, diseñadas para imitar la vista humana y congelar un instante muy corto en el que la gente posa, nunca han sentido la necesidad de dar una imagen de 360º, sería muy complejo almacenarlas en álbumes. Nosotros como buenos seres humanos sólo vemos hacia adelante, nos faltan los ojos de atrás y lo mismo pasa con las cámaras fotográficas; construimos a partir de nosotros mismos.
¿Si él tomó esa foto, no puede decirse que está ahí? Tal vez, pero sólo como un espectador más, tal vez sólo como un extra o un elemento abiótico como el aire. Tal vez la foto lo que permite es que todos estemos ahí, tomando la foto, contemplando junto con el resto de cosas, el infinito momento de risas, a veces fingidas, a veces de borracheras o o de caras que uno quisiera inmortalizar lo más posible. Pero lo más seguro es que no.
Ayer veía unas fotos. Unas mucho más divertidas que otras. Las más aburridas eran muy simples, estáticas, en una pantalla, destinadas a la vista del público vouyerista que dedica buena parte de sus días a ver las fotos de otros, de algunos que ni si quiera conocen o de otros que pretenden ya no conocer.
La otras fueron más divertidas. Congeladas en el tiempo sólo por resentimientos muy viejos pero gozando de habilidades motrices casi humanas. Esos resentimientos tan ridículos que al menos a nuestro personaje le daban un poco de risa, pero por un momento sentía apenas por la piel como el enojo de la fotografía lo recorría como una araña, tal vez por una acción majadera, tal vez por una mirada de desprecio.
La fotografía móvil tenía sus motivos, impulsada desde luego por ese odio que muy atrás en el tiempo habíaa tenido alguna razón, causada... ¡oh por Dios!, no por el personaje narrado, sino por otro personaje de fotografía exactamente igual de estático y por qué no decirlo, patético.
Él después de esa revista de fotografías se cansó de cargar algunas, tal vez varias, tal vez todas. Era tiempo de deshacerse de ellas y entre el montón de papeles vio que ardía también la suya, varias imágenes suyas, varias fotografías que él había tomado. Hubiera querido tomar a esa fotografía móvil y quemarla para deshacerse de su odio, pero eso se conoce como homicidio. Decidió que podía al menos deshacerse de los suyos, de los pocos que el quedaban, lo que causó unas llamas después, un humo blanco que se movía con melancolía.
Comentarios
Es tarea difícil hablar de las personas en las fotografías, hasta el retrato más fiel de una persona en su fotografía se somete a la subjetividad de quien lo mira, o quien toma la imagen -yo suelo procurar el mejor ángulo de las chicas que me parece lindas-.
Tienes razón, clara razón, sólo concebimos la mirada como la capacidad de mirar hacía el frente-eso se llama encuadre, también lo hacen en el cine-; supongo que siempre elegimos mirar hacía el frente. Quemar lo que va quedando, lo que viene, lo que resuena -en cine lo llaman flashback-, para tener de nuevo en las manos la vieja melancolía de la foto que, quizás, nunca quisimos tomar.
Me gustó mucho este texto. Es honesto, contundente y claroscuro -ja-.
Va un abrazo.
Luis.