Estaba escuchando la entrevista de López Obrador con Aristegui. A pesar de que el discurso de López Obrador ahora me parece muy sencillo, rancio de repente, sigue coincidiendo con cosas en las que creo, y ahora con lo de Elba, creo que ese dicurso de Andrés Manuel va cobrando sentido.
Pero no puedo evitar sentirme como una quinceañera, como una niña a la que llega un joven amante, quizá un poco mayor (un poco dolido por la imposibilidad), y que le promete cosas, las cosas que quiere. Un hombre siempre promete, quizá no cumpla como aconseja Ovidio en su Arte de amar, pero si alguien sabe prometer es este joven amante. La niña se ilusiona, imagina un futuro que no le desagrada, pero sabe que no se puede, sabe que su papá y su mamá (la estructura de poder), no le permitirán ser novia del joven amante; sin importar que ella lo quiera y lo elija, el plan a futuro no lo incluye a él.
Eso pienso cuando escucho a López Obrador, es alguien a quien he apoyado y quiero apoyar aunque sé que nunca jamás pase nada.
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