Nunca lea cosas del Siglo de Oro

¿Cómo no cantarte desesperadamente? Esa desesperación que es falta de acción. Claramente te dirijo acises, que son venablos de cupido, mas estos son salpicados de saliva (escupidos), son desdeñados. Pues con esa fuerza escupiente saldrán palabras acompañando espíritu, en su final viaje de olvido , que justamente para contrarrestar ley dura, sonarán en los ecos tuyos por siempre, pues a homicida no es común de la víctima perder recuerdo, aun más de sus palabras de antesala para un réquiem. Epitafio de mi tumba vino a ser, tu genial naturaleza ya desprovista de las gracias que cristales humanos te concedían, mas estos engañaban, tu ingratitud. Porfiaban mis palabras en ablandar pietra sin pietas, pero no ha de ser reclamo, pues ya bien los pupilos del na(ri)són decían que la perseverancia es bien recompensada, y han de tener razón, pues seguramente no había visto Apolo tan inhumana mujer, cuyo epíteto debía rezar, "no es rigor que lo amado corresponda, pues no es su belleza consecuencia de empatía cariñosa", de modo que sabia enseñanza contigo no funcionó. Marcela debía llamarte pues a esa dueña se de cierto que canción desesperada le compusieron, mejor trobada pero igual de trabada en funesto sentimiento, llamadme Crisóstomo de hoy en adelante, pues he de morir como aquel miserable pastor, sí, de suicidio de amor.